El Pelagianismo es una corriente teológica que se desarrolló en el siglo IV en el Imperio Romano. Fue fundada por Pelagio, un monje británico que cuestionaba la idea de que el hombre nacía con un pecado original debido al pecado de Adán y Eva en el Jardín del Edén.
El Pelagianismo sostenía que los seres humanos nacen sin pecado y que pueden alcanzar la salvación por sus propios méritos, sin necesidad de la gracia divina. Según esta corriente, cada individuo es capaz de hacer el bien y evitar el mal mediante su libre albedrío y su esfuerzo personal.
Este planteamiento generó un gran debate en la Iglesia Católica de la época, ya que ponía en entredicho el papel de la gracia divina en la salvación de las almas. El Papa Inocencio I condenó el Pelagianismo en el Concilio de Cartago en el año 418 d.C., pero la controversia siguió vigente durante siglos.
Sin embargo, el Pelagianismo no desapareció completamente, sino que fue una corriente influyente en el desarrollo de otras corrientes religiosas posteriores, como el Jansenismo en el siglo XVII. En la actualidad, algunos grupos protestantes y evangélicos se identifican con algunas de las ideas pelagianas, aunque los términos y las interpretaciones han variado con el tiempo y las diferentes corrientes teológicas.
Pelagianos es un término utilizado en historia de la Iglesia para referirse a un grupo de cristianos que negaban la existencia del pecado original y que, por tanto, creían que la capacidad para obrar el bien o el mal dependía exclusivamente de la voluntad humana.
Este pensamiento fue considerado herejía por la Iglesia y fue condenado en el Concilio de Cartago en el año 418. El término proviene del nombre de su principal líder, Pelagio, un monje británico del siglo IV que negaba que la gracia divina fuera necesaria para la salvación.
Los seguidores de Pelagio afirmaban que los seres humanos eran naturalmente capaces de elegir el bien y podrían alcanzar la perfección moral a través de sus propios esfuerzos. Esta posición fue rechazada por la Iglesia, que afirmaba que sin la ayuda sobrenatural de la gracia divina, el hombre no es capaz de hacer el bien ni de alcanzar la salvación.
El pecado original, según San Agustín, es una doctrina fundamental de la teología cristiana. San Agustín sostuvo que el pecado original es la herencia espiritual de Adán y Eva a toda la humanidad. En otras palabras, los humanos nacen con una naturaleza heredada del pecado y necesitan la gracia divina para ser salvados.
San Agustín también creía que el pecado original es la causa de todas las tragedias y males del mundo. Según su teoría, el pecado original contaminó la naturaleza humana, causando que los humanos tuvieran tendencias pecaminosas y una vulnerabilidad a la enfermedad y el sufrimiento. Si bien San Agustín reconoció que las personas todavía pueden elegir hacer el bien, argumentó que la tendencia natural hacia el mal siempre estará presente en la naturaleza humana.
Sobre todo, San Agustín afirmó que solo la gracia divina puede salvar a los seres humanos del pecado original. En su opinión, solo a través del bautismo y el arrepentimiento pueden los humanos acercarse a Dios y liberarse de la influencia del pecado original. También creía que la Iglesia Católica era la única fuente de la verdad divina y que la gracia divina solo podía obtenerse a través de los sacramentos y la comunión con la Iglesia.
La controversia pelagiana se refiere a una discusión teológica que se llevó a cabo en el siglo V después de Cristo, la cual tuvo su origen en la creencia del monje Pelagio.
Pelagio sostuvo que los seres humanos nacen sin pecado original y que, por lo tanto, tienen la capacidad de salvarse por sus propias acciones y méritos sin la necesidad de una gracia sobrenatural. Esta postura fue fuertemente criticada por el obispo Agustín de Hipona, quien defendía que todos los seres humanos nacen con el pecado original y que solo la gracia divina puede salvarnos.
La controversia se intensificó cuando Pelagio fue condenado por el Concilio de Cartago en el año 418 y se refugió en Egipto, donde continuó promoviendo sus ideas y ganando seguidores. Incluso después de su muerte, sus doctrinas continuaron siendo cuestionadas y debatidas por los líderes religiosos de la época.
Finalmente, en el año 431, el Concilio de Éfeso reafirmó la doctrina de Agustín y condenó la enseñanza pelagiana como herejía. Sin embargo, la controversia pelagiana tuvo un impacto duradero en la teología y la filosofía cristiana, y continúa siendo objeto de estudio y discusión en la actualidad.
El Semipelagianismo es una corriente teológica que surgió en el siglo V en la Iglesia Católica Romana y que enseña que la salvación del hombre es parte de una colaboración entre Dios y el hombre, y no solo de la gracia divina. Esta doctrina afirma que el hombre tiene la capacidad de buscar a Dios por sus propios medios, pero necesita la ayuda de la gracia divina para completar su salvación.
Según el Semipelagianismo, Dios llama a todos los hombres a sí mismo, pero es responsabilidad del hombre responder a su llamado y colaborar con la gracia divina para alcanzar la salvación. Es decir, Dios no fuerza a nadie a aceptar su gracia, sino que el hombre tiene la libertad de aceptarla o rechazarla.
Esta enseñanza difiere del pelagianismo, que sostiene que el hombre tiene la capacidad de lograr la salvación por sus propios medios, sin la necesidad de la gracia divina. También difiere del calvinismo, que defiende la predestinación divina y que sostiene que la salvación es una elección de Dios.
El Semipelagianismo tiene un enfoque equilibrado entre la responsabilidad del hombre y la gracia divina. Este punto de vista afirma que el hombre tiene libre albedrío para buscar a Dios, pero la gracia de Dios es necesaria para completar la obra de salvación. En resumen, el Semipelagianismo enseña que la salvación es una colaboración entre Dios y el hombre, y que la gracia divina es esencial pero no suficiente para la salvación.